miércoles, 12 de diciembre de 2012

La lucha contra el demonio (I)


Cuidémonos de los malos pensamientos

       Evagrio Póntico (345-399), hablaba de ocho malos pensamientos que debe combatir el hombre y por medio de los cuales somos atacados por el demonio. Estos pensamientos son: gula, lujuria, avaricia, tristeza, cólera, acedia, vanagloria y orgullo.

Hay que tener ideas claras

Dice la psicología que las ideas llevan a los actos. De ahí que debemos estar luchando constantemente para rechazar los malos pensamientos. Por ello, la primera batalla que enfrentamos en nuestra guerra contra el pecado se libra en el terreno de la mente. Si no logramos vencer los malos pensamientos éstos toman la fuerza para transformarse en actos que encienden la pasión que ciega al alma hasta arrastrarla al pecado.

Es claro que para que haya pecado es necesario que haya una voluntad de pecar. Una cosa es tener tentaciones y otra caer en ellas. Así, por ejemplo, cuando yo supero un mal pensamiento que cruza por mi mente no he pecado, todo lo contrario, realicé una acción meritoria que fortalece mi voluntad. En cambio, cuando empiezo a consentir y recrearme con ese mal pensamiento, debilito mi voluntad, exponiéndome a caer en acciones graves.

Siendo así, el hombre no tiene otro camino que enfrentar durante toda la vida constantes y duras tentaciones. Jamás le debe pedir a Dios no tener tentaciones, pues el alma crece mucho en las pruebas, rechazarlas equivaldría a rechazar las oportunidades para crecer en las virtudes, en especial, la humildad y la paciencia.

“Luchar” es la palabra

Dios dotó al hombre de una gran capacidad para sentir y comunicar afectos e impulsos, por medio de los cuales se relaciona con los demás y enriquece su propia vida. Los sentimientos y pasiones debe considerarse siempre positivos como una riqueza personal. La misma atracción sexual, por poner el ejemplo, como impulso, en un primer instante es positiva, nos acerca a personas del sexo opuesto a las que vemos como un complemento.

Sin embargo, estos sentimientos y pasiones cuando no están gobernados por la inteligencia suelen llevar a las personas a la destrucción. Por ello, el hombre iluminado por la inteligencia debe hacer uso de su voluntad para hacerse dueño de su persona y no dejarse arrastrar por estas tendencias que, aunque sean gustosas y placenteras, nos apartan del camino de realización humana.

Podrá no gustarnos la palabra «mortificación» o quizás parecernos anticuada, pero lo que significa es cosa importante y siempre actual: «combatir y dar muerte» a los apetitos carnales. Esa es la verdadera rebeldía cristiana, aquella que se rebela a esos instintos que acosan a hombres y mujeres.

San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo 1,7 nos dice: «Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino el de poder y amor y de dominio propio». Tan pronto como advertimos la cercanía de un peligro volvamos a Dios. Es el momento de lanzar una jaculatoria y de rezar fervorosamente para que Dios en su misericordia nos dé la fuerza y la gracia para poder triunfar. La oración es siempre la mejor arma.

Un monje de la antigüedad hace esta comparación: «Soy como un hombre sentado bajo un gran árbol y que ve venir contra él muchas fieras y serpientes y, como no se les puede resistir u oponer, sube al árbol y se salva. Del mismo modo, sentado en mi celda veo los fieros pensamientos que vienen contra mí y que no podré vencer, entonces trepo por el árbol de la oración donde está Dios y me libro de todos mis enemigos».

Es fundamental adquirir la costumbre de reaccionar rápido ante las tentaciones. Esto es posible cuando llevamos una intensa vida espiritual y nos mantenemos siempre en constante actividad. Las tentaciones pueden menos cuando la persona es activa y tiene la mente ocupada. «La mente distraída es el juguete del diablo».


Las trazas del enemigo

       Ten por cierto que el antiguo enemigo se empeña a todo trance en impedir tus buenos deseos de privarte de todo ejercicio de piedad, como la devoción a los santos, la fervorosa memoria de la pasión, el saludable recuerdo de los pecados, la guarda del corazón y el firme propósito de progresar en la virtud. 

     Te sugiere muchos malos pensamientos para infundirte el tedio y hacer mella en ti; y eso con el fin de apartarte de la oración y de la lectura espiritual.

      Le disgusta sobremanera la confesión humilde de los pecados y, si estuviera en su mano, te haría incluso dejar la comunión. No le creas ni le hagas caso, aunque muchos veces te tienda asechanzas para seducirte.

      Cuando te sugiera pensamientos malos e impuros, atribúyelos a él, y dile: “Aléjate, espíritu inmundo, sonrójate, miserable asqueroso debes ser cuando cosas tan repugnantes murmuras a mis oídos.
    Largo de aquí, pésimo seductor, no tendrás parte alguna en mí; porque Jesús estará conmigo cual fuerte guerrero, y tú quedarás confundido. Prefiero mil veces morir y sufrir suplicio que consentir en tu perversidad.
      Calla y enmudece, no te haré caso jamás, aunque me importunes una y otra vez con nuevas insinuaciones.
        El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Aunque acampe contra mí un ejército, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayuda y mi redentor”.

     Lucha a fuer de buen soldado. Y, si a veces por fragilidad sucumbes, procura levantarte y reunir mayores fuerzas que las primeras, confiando en que he de darte mayor gracia. Y entretanto guárdate mucho de orgullo y vana complacencia. 

       Cabalmente, debido a este escollo del orgullo, muchos se ven inducidos a error y son víctimas a veces de una ceguera que es casi irremediable.

      Que la ruina de estos orgullosos que presumen estúpidamente de sí mismos te sirva de cautela y te induzca a una indefectible humildad de corazón.



La clave del triunfo: la humildad y la santa paciencia

Un apotegma de los Santos Padres refiere:

«El monje Moisés hacía grandes penitencias para dominar los movimientos de lujuria y para eliminar las imaginaciones de la fantasía que entenebrecían el alma. Permaneció seis años en su celda pasando noches enteras de pie y rezando asiduamente. Sin embargo, no lograba aquietar sus concupiscencias y sus fantasías. El abad Isidoro le dijo que mitigara su ascesis y que Dios le había dejado sus malas pasiones para que no cayera en el orgullo de pensar que él por sus propias fuerzas había vencido el mal. Moisés obedeció y desde entonces cesaron sus malos pensamientos y llegó a ser ordenado sacerdote.»

Este ejemplo de la antigüedad nos revela que el premio del combate finalmente es la humildad y la santa paciencia, virtudes fundamentales para perseverar. Sin ellas, el cristiano se desanima y desespera pensando que la pureza y la castidad son ideales inalcanzables. El objetivo de la auténtica espiritualidad cristiana no es la ascética ni la mortificación sino ser agradables a Dios en la pobreza, experimentando su misericordia infinita.

Es un signo de madurez cristiana reconocer que la virtud que logramos, fruto de nuestro esfuerzo y sacrificio no siempre es lo que Dios quiere. La virtud es un camino que esconde muchas trampas; es común caer en el orgullo y amor propio al pensar que hemos vencido las tentaciones porque somos buenos; o quizás la presunción de pensar que nosotros somos mejores que otros. El astuto Demonio nos saldrá al paso para ponernos la vieja trampa que puso a nuestros primeros padres: «serán como dioses», y en la nube de ese sueño de santidad, nos preparará una dolorosa caída de la que nos costará levantarnos.

La humildad, la primera de las virtudes es el camino de la victoria. En las luchas encarnizadas «cuerpo a cuerpo» contra los malos pensamientos, reconoce siempre tu debilidad y limitación, ello te abrirá a la Gracia. No quieras ser un ángel impasible, ponte mejor el ideal del hombre luchador que tiene que enfrentarse a las fuerzas incendiarias del enemigo armado con la armadura de Dios (cf. Ef 6, 10-18)



Oraciones contra los malos pensamientos

Oración Beato Tomas de Kempis

       Señor y Dios mío, no te alejes de mí; Dios mío, mírame y socórreme. Porque se han levantado contra mí pensamientos vanos y grandes temores y llenan mi alma de aflicción. 

           ¿Cómo me abriré paso para salir ileso? O ¿cómo haré para aplastarlos? Y me dices: yo iré delante de ti y confundiré a los altivos de la tierra. Abriré las puertas de la cárcel y te revelaré los más ocultos secretos.

      Hazlo como dices, señor, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos que me hostigan. 

          Esta es mi esperanza y mi único consuelo, guarecerme y confiarme a ti en todas mis cuitas y tribulaciones; invocarte desde lo más íntimo de mi ser, y esperar con paciencia el bálsamo de tu consolación.

Oración para alejar los malos pensamientos

            Señor tu sabes todo de mí, sabes que te quiero ¿porqué estas luchas?, aplaca por tu virtud este ardor interior que siento. A ti recurro Virgen María tu que eres pura como agua de manantial, ayúdame a alejar de mí estos malos pensamientos, por tu virtud y tu amor, por tu corazón inmaculado. Cristo mi señor, por la pureza de tu madre limpia mi mente y aplaca mi espíritu. Amén.

Oración de Santa Brígida

           ¡Oh dulcísimo Jesús! Por el amor con el que conservaste puro y casto el corazón de tu apóstol Tadeo y le honraste con los dones apostólicos para hacerlo una digna morada de ti, libérame, por sus méritos y su intercesión de esta tentación. Amén.

Oración contra los malos pensamientos lujuriosos

          Señor mío Jesucristo tú que conoces el espíritu humano, humildemente te pedimos que elimines de nosotros o al menos nos ayudes a ir atenuando día a día los pensamientos desordenados y lujuriosos de nuestra mente, principal entrada del maligno para tentarnos. Por tanto abrigados de tu divino amor nos atrevemos a pedir la intercesión de tu madre, tal y como lo hizo en las bodas de Cana, y te dignes a escuchar nuestra petición. Amén.

Oraciones de limpieza mental con la sangre del cordero de Dios

Oración 1.

      Oh sangre del Cordero de Dios, aparta de mi mente todo mal pensamiento, purifica mis acciones y movimientos.
      Que tú sangre señor, limpie la oscuridad que hay en mi mente y me libere de toda mala acción y pensamiento. Amén.

Oración 2.

       Oh Sangre del Cordero de Dios derramada en la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, fíltrate por mi mente y destruye todo mal pensamiento y toda falsa imaginación, que el enemigo de mi alma quiere ponerme para robarme la paz. Que el escudo de tu sangre redentora Señor Jesús, proteja mi mente y mis pensamientos de todo dardo incendiado del maligno. Te lo pido Sangre Divina, se mi amparo y protección en todos mis caminos. Amén.


Fuentes:

Los Arcángeles Celestiales. Editorial San Pablo.
Imitación de Cristo. Tomas de Kempis  

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