Cuidémonos de los malos pensamientos
Evagrio
Póntico (345-399), hablaba de ocho malos pensamientos que debe combatir el
hombre y por medio de los cuales somos atacados por el demonio. Estos
pensamientos son: gula, lujuria, avaricia, tristeza, cólera, acedia, vanagloria
y orgullo.
Hay que tener ideas claras
Dice la psicología que las ideas llevan a los
actos. De ahí que debemos estar luchando constantemente para rechazar los malos
pensamientos. Por ello, la primera batalla que enfrentamos en nuestra guerra
contra el pecado se libra en el terreno de la mente. Si no logramos vencer los
malos pensamientos éstos toman la fuerza para transformarse en actos que
encienden la pasión que ciega al alma hasta arrastrarla al pecado.
Es claro que para que haya pecado es necesario que
haya una voluntad de pecar. Una cosa es tener tentaciones y otra caer en ellas.
Así, por ejemplo, cuando yo supero un mal pensamiento que cruza por mi mente no
he pecado, todo lo contrario, realicé una acción meritoria que fortalece mi
voluntad. En cambio, cuando empiezo a consentir y recrearme con ese mal
pensamiento, debilito mi voluntad, exponiéndome a caer en acciones graves.
Siendo así, el hombre no tiene otro camino que
enfrentar durante toda la vida constantes y duras tentaciones. Jamás le debe
pedir a Dios no tener tentaciones, pues el alma crece mucho en las pruebas,
rechazarlas equivaldría a rechazar las oportunidades para crecer en las
virtudes, en especial, la humildad y la paciencia.
“Luchar” es la palabra
Dios dotó al hombre de una gran capacidad para
sentir y comunicar afectos e impulsos, por medio de los cuales se relaciona con
los demás y enriquece su propia vida. Los sentimientos y pasiones debe
considerarse siempre positivos como una riqueza personal. La misma atracción
sexual, por poner el ejemplo, como impulso, en un primer instante es positiva,
nos acerca a personas del sexo opuesto a las que vemos como un complemento.
Sin embargo, estos sentimientos y pasiones cuando
no están gobernados por la inteligencia suelen llevar a las personas a la
destrucción. Por ello, el hombre iluminado por la inteligencia debe hacer uso
de su voluntad para hacerse dueño de su persona y no dejarse arrastrar por
estas tendencias que, aunque sean gustosas y placenteras, nos apartan del camino
de realización humana.
Podrá no gustarnos la palabra «mortificación» o
quizás parecernos anticuada, pero lo que significa es cosa importante y siempre
actual: «combatir y dar muerte» a los apetitos carnales. Esa es la verdadera
rebeldía cristiana, aquella que se rebela a esos instintos que acosan a hombres
y mujeres.
San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo 1,7 nos
dice: «Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino el de poder y amor y de
dominio propio». Tan pronto como advertimos la cercanía de un peligro volvamos
a Dios. Es el momento de lanzar una jaculatoria y de rezar fervorosamente para
que Dios en su misericordia nos dé la fuerza y la gracia para poder triunfar.
La oración es siempre la mejor arma.
Un monje de la antigüedad hace esta comparación:
«Soy como un hombre sentado bajo un gran árbol y que ve venir contra él muchas
fieras y serpientes y, como no se les puede resistir u oponer, sube al árbol y
se salva. Del mismo modo, sentado en mi celda veo los fieros pensamientos que
vienen contra mí y que no podré vencer, entonces trepo por el árbol de la
oración donde está Dios y me libro de todos mis enemigos».
Es fundamental adquirir la costumbre de reaccionar
rápido ante las tentaciones. Esto es posible cuando llevamos una intensa vida
espiritual y nos mantenemos siempre en constante actividad. Las tentaciones
pueden menos cuando la persona es activa y tiene la mente ocupada. «La mente
distraída es el juguete del diablo».
Las trazas del
enemigo
Ten
por cierto que el antiguo enemigo se empeña a todo trance en impedir tus buenos
deseos de privarte de todo ejercicio de piedad, como la devoción a los santos,
la fervorosa memoria de la pasión, el saludable recuerdo de los pecados, la
guarda del corazón y el firme propósito de progresar en la virtud.
Te
sugiere muchos malos pensamientos para infundirte el tedio y hacer mella en ti;
y eso con el fin de apartarte de la oración y de la lectura espiritual.
Le
disgusta sobremanera la confesión humilde de los pecados y, si estuviera en su
mano, te haría incluso dejar la comunión. No le creas ni le hagas caso, aunque
muchos veces te tienda asechanzas para seducirte.
Cuando
te sugiera pensamientos malos e impuros, atribúyelos a él, y dile: “Aléjate, espíritu inmundo, sonrójate, miserable
asqueroso debes ser cuando cosas tan repugnantes murmuras a mis oídos.
Largo de aquí,
pésimo seductor, no tendrás parte alguna en mí; porque Jesús estará conmigo
cual fuerte guerrero, y tú quedarás confundido. Prefiero mil veces morir y
sufrir suplicio que consentir en tu perversidad.
Calla y enmudece,
no te haré caso jamás, aunque me importunes una y otra vez con nuevas
insinuaciones.
El Señor es mi luz
y mi salvación, ¿a quién temeré? Aunque acampe contra mí un ejército, no temerá
mi corazón. El Señor es mi ayuda y mi redentor”.
Lucha
a fuer de buen soldado. Y, si a veces por fragilidad sucumbes, procura
levantarte y reunir mayores fuerzas que las primeras, confiando en que he de
darte mayor gracia. Y entretanto guárdate mucho de orgullo y vana complacencia.
Cabalmente,
debido a este escollo del orgullo, muchos se ven inducidos a error y son víctimas a veces de una ceguera que es casi
irremediable.
Que
la ruina de estos orgullosos que presumen estúpidamente de sí mismos te sirva
de cautela y te induzca a una indefectible humildad de corazón.
La clave del triunfo: la humildad y la santa paciencia
Un apotegma de los Santos Padres refiere:
«El monje Moisés hacía grandes penitencias para
dominar los movimientos de lujuria y para eliminar las imaginaciones de la
fantasía que entenebrecían el alma. Permaneció seis años en su celda pasando
noches enteras de pie y rezando asiduamente. Sin embargo, no lograba aquietar
sus concupiscencias y sus fantasías. El abad Isidoro le dijo que mitigara su
ascesis y que Dios le había dejado sus malas pasiones para que no cayera en el
orgullo de pensar que él por sus propias fuerzas había vencido el mal. Moisés
obedeció y desde entonces cesaron sus malos pensamientos y llegó a ser ordenado
sacerdote.»
Este ejemplo de la antigüedad nos revela que el
premio del combate finalmente es la humildad y la santa paciencia, virtudes
fundamentales para perseverar. Sin ellas, el cristiano se desanima y desespera
pensando que la pureza y la castidad son ideales inalcanzables. El objetivo de
la auténtica espiritualidad cristiana no es la ascética ni la mortificación
sino ser agradables a Dios en la pobreza, experimentando su misericordia
infinita.
Es un signo de madurez cristiana reconocer que la
virtud que logramos, fruto de nuestro esfuerzo y sacrificio no siempre es lo
que Dios quiere. La virtud es un camino que esconde muchas trampas; es común
caer en el orgullo y amor propio al pensar que hemos vencido las tentaciones
porque somos buenos; o quizás la presunción de pensar que nosotros somos
mejores que otros. El astuto Demonio nos saldrá al paso para ponernos la vieja
trampa que puso a nuestros primeros padres: «serán como dioses», y en la nube
de ese sueño de santidad, nos preparará una dolorosa caída de la que nos
costará levantarnos.
La humildad, la primera de las virtudes es el
camino de la victoria. En las luchas encarnizadas «cuerpo a cuerpo» contra los
malos pensamientos, reconoce siempre tu debilidad y limitación, ello te abrirá
a la Gracia. No quieras ser un ángel impasible, ponte mejor el ideal del hombre
luchador que tiene que enfrentarse a las fuerzas incendiarias del enemigo
armado con la armadura de Dios (cf. Ef 6, 10-18)
Oraciones contra los malos
pensamientos
Oración Beato Tomas de Kempis
Señor y Dios mío,
no te alejes de mí; Dios mío, mírame y socórreme. Porque se han levantado
contra mí pensamientos vanos y grandes temores y llenan mi alma de aflicción.
¿Cómo me abriré
paso para salir ileso? O ¿cómo haré para aplastarlos? Y me dices: yo iré
delante de ti y confundiré a los altivos de la tierra. Abriré las puertas de la
cárcel y te revelaré los más ocultos secretos.
Hazlo como dices,
señor, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos que me hostigan.
Esta es mi
esperanza y mi único consuelo, guarecerme y confiarme a ti en todas mis cuitas
y tribulaciones; invocarte desde lo más íntimo de mi ser, y esperar con
paciencia el bálsamo de tu consolación.
Oración para alejar los malos
pensamientos
Señor tu sabes
todo de mí, sabes que te quiero ¿porqué estas luchas?, aplaca por tu virtud
este ardor interior que siento. A ti recurro Virgen María tu que eres pura como
agua de manantial, ayúdame a alejar de mí estos malos pensamientos, por tu
virtud y tu amor, por tu corazón inmaculado. Cristo mi señor, por la pureza de
tu madre limpia mi mente y aplaca mi espíritu. Amén.
Oración de Santa Brígida
¡Oh dulcísimo
Jesús! Por el amor con el que conservaste puro y casto el corazón de tu apóstol
Tadeo y le honraste con los dones apostólicos para hacerlo una digna morada de ti,
libérame, por sus méritos y su intercesión de esta tentación. Amén.
Oración contra los malos
pensamientos lujuriosos
Señor mío Jesucristo
tú que conoces el espíritu humano, humildemente te pedimos que elimines de
nosotros o al menos nos ayudes a ir atenuando día a día los pensamientos
desordenados y lujuriosos de nuestra mente, principal entrada del maligno para
tentarnos. Por tanto abrigados de tu divino amor nos atrevemos a pedir la
intercesión de tu madre, tal y como lo hizo en las bodas de Cana, y te dignes a
escuchar nuestra petición. Amén.
Oraciones de limpieza mental
con la sangre del cordero de Dios
Oración 1.
Oh sangre del
Cordero de Dios, aparta de mi mente todo mal pensamiento, purifica mis acciones
y movimientos.
Que tú sangre
señor, limpie la oscuridad que hay en mi mente y me libere de toda mala acción
y pensamiento. Amén.
Oración 2.
Oh Sangre del
Cordero de Dios derramada en la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo,
fíltrate por mi mente y destruye todo mal pensamiento y toda falsa imaginación,
que el enemigo de mi alma quiere ponerme para robarme la paz. Que el escudo de
tu sangre redentora Señor Jesús, proteja mi mente y mis pensamientos de todo
dardo incendiado del maligno. Te lo pido Sangre Divina, se mi amparo y
protección en todos mis caminos. Amén.
Fuentes:
Los Arcángeles Celestiales. Editorial San Pablo.
Imitación de Cristo. Tomas de Kempis.
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